El cuarto era vacío y sin ninguna ventana. A pocos metros de mi, había un hombre que a ratos reía de un modo forzado. Me acerqué a él. Mientras lo hacía el cuarto se agrandaba. Alrededor habían tres personas y un perro devorando a una gallina blanca. El silencio que había me resultaba insoportable. Cuando estuve cerca del hombre, pude notar que su mirada estaba fija. Recuerdo muy bien las arrugas de su cara. Comenzó a maldecirme. Su voz era seca y arrastrada. Nervioso, miré a mi lado: sentada en el piso estaba una mujer inmersa en su cigarro. Me pareció hermosa, dolorosamente hermosa. El hombre -mirada fija- me seguía maldiciendo y había algo en mí que apenas se contenía, unas ganas irrefrenables de lanzarme contra la pared que estaba a mis espaldas. Entonces el hombre calló y yo empecé a sollozar. ¿Recuerda la historia que le conté de aquél incendio?, me dijo, luego de una pausa. Su semblante ahora era de honda tristeza. Si, claro, claro que me acuerdo, le dije. Y luego sobrevino otra pausa, y un silencio total cayó sobre el lugar, y estábamos todos inmóviles. Por un momento tuve la sensación de que el tiempo estaba detenido. Tuve la certeza de que el tiempo estaba detenido. Entonces oí un quejido del hombre al frente mío (comenzaba a irritarme el hecho de que mirara siempre al mismo punto). Alfaro, imbécil, usted no sabe nada de nada, dijo, y su voz era profunda, y parecía venir de todos los lugares. Contuve (inútilmente) mis sollozos y miré a mi derecha: la mujer seguía fumando, y mirarla fue como mirar un cuadro ajeno a toda la escena, ajeno a todo. Comencé a caminar en dirección opuesta a ella. Volví a mirar al hombre; su cara era de una tristeza desoladora. Cuando me vio alejarme dijo algo que no entendí. Después de unos pasos, me hallé junto a un negro de aspecto famélico. Cantaba. La canción era sobre un niño que moría en la vía férrea, atropellado por el tren. Quise hablarle, pero no lo hice. Seguí caminando y recordé a Billie Holiday, la zombie, y unos versos de Tomás Harris. Me detuve y me acerqué a una lámpara. Miré hacia atrás. Todo seguía exactamente igual, lo que me inquietó. Luego pensé en un río caudaloso, en espejos que se quiebran y en una madre dando a luz. Mucho después, en la tarde, caminé sin rumbo por las calles de Santiago.
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Iba todo increíble hasta el final, que es fenomenal. Quedé sorprendido.
Todo seguía exactamente igual, lo que me inquietó. Luego pensé en un río caudaloso, en espejos que se quiebran y en una madre dando a luz. Mucho después, en la tarde, caminé sin rumbo por las calles de Santiago.
Simplemente es la cagá.
cual final? ... no hay final ... es un círculo ... uno bello círculo.
hola:
hay muchas imágenes q me llamaron la atención en el cuento
en especial El cuarto era vacío y sin ninguna ventana.
notable prosa, me gustó mucho por las sutilezas q tiene...