Las 3 de la tarde chorrean por el reloj del muro
y todo se estaciona en una paz titilante,
como si todo temiera que
el sol en algún momento golpeara la puerta
y ya no sólo su fantasma habitara estas paredes de ladrillo fiscal.
(Otro sol nos quema, no aquél que los amantes
disfrutan acostados respirando orgasmos inminentes cuando amanece)
Este nos estanca,
la viscosidad del aire nos sumerge en nuestro lugar
con un oleaje no sé si anestesiante o inmovilizador,
sólo para que la tv en su rincón continúe su monólogo.
Una vecina decide regar y su agua son cristales que brillan
(imaginamos que son restos de vidrios que alguna vez se rompieron)
Tal vez de la misma casa nos llegan los juegos de unos niños en una piscina plástica.
Un gato en un rincón le dicta cada minuto al reloj
nos gusta ignorarlo y todavía seguir cayendo sobre el cadáver del momento.
Y ni el calor ni las plantas quieren darse cuenta,
cada uno protagonista de una misma obra teatral absurda
cuyos destinos miran de reojo al sol de las tres de la tarde.
Ícaros que fallecen aún antes del anhelo de marchar hacia el paraíso solar
todavía estando clavados en la isla el sol empieza a agonizarnos,
aunque cabe la posibilidad de que ya hayamos emprendido el vuelo
y sean otros soles los que queramos tocar.
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que agradable la simpleza y cotidaneidad del escrito. buenaa Roro.